Ginkgo

Ginkgo. Ginkgo biloba L

Ginkgo
Ginkgo biloba L


En un ranking de los árboles más carismáticos, Ginkgo biloba ocuparía, sin dudas, alguno de los primeros lugares. Al borde de la extinción en su área de distribución natural, en China, la especie ha prosperado con éxito alrededor del mundo en jardines, parques y vías urbanas, desde que fue introducido como árbol ornamental en Europa durante el siglo XVIII.

Posiblemente es la deslumbrante otoñada de color amarillo uno de los principales motivos de su popularidad, a la que contribuye el hecho de que sea un árbol fácil de identificar. Salvo en invierno, cuando no tienen follaje, los ginkgos son inconfundibles por la particularísima forma de sus hojas: la silueta que semeja la de un abanico abierto, en ocasiones con una hendidura más o menos profunda, no deja lugar a dudas cuando nos encontramos con un ejemplar de la especie.

Pero si hoy las hojas del ginkgo nos resultan peculiares y nos ayudan a reconocerlo, hace 170 millones de años no eran tan exclusivas. Ginkgo biloba y sus parientes cercanos tuvieron una amplia distribución en el hemisferio norte durante el Mesozoico. Sin embargo, todas las especies relacionadas desaparecieron y G. biloba es hoy la única en su género —Ginkgo—, en su familia —las Ginkgoáceas— y en su orden —el de las
Ginkgoales—. También es la única especie arbórea actual que convivió con los dinosaurios. Una sobreviviente.

Incluso en invierno, los ginkgos pueden identificarse con cierta facilidad gracias a la arquitectura de su ramaje, la copa cónica —sobre todo en ejemplares relativamente jóvenes—, el tronco recto, el color gris claro de su corteza. Y si observamos de cerca las ramas desnudas, veremos, además, unas estructuras que parecen tarugos y reciben el nombre de braquiblastos. En estos tallos de entrenudos muy cortos se ubican las yemas que producirán hojas y flores.

Los ginkgos son árboles dioicos, de modo que cada pie dará únicamente flores femeninas o masculinas. Los pies femeninos, además, desarrollarán las semillas cubiertas por un tejido carnoso de olor nauseabundo. Se cree que ese aroma atraía algún animal, hoy extinto, que servía a la dispersión de las semillas. Ginkgo biloba se las ha arreglado para sobrevivir sin ese colaborador; en su lugar, la especie humana se encarga hoy de reproducirla en sitios lejanos a las plantas madre. Ya no gracias al
intenso olor de la cubierta seminal, sino a pesar de este.

En Montevideo existen ejemplares en parques y plazas, entre los que se destacan los
ocho integrantes de un pequeño rodal ubicado en el Jardín Botánico y los cuatro
jóvenes ginkgos que forman parte del monumento a la Justicia en el pasaje de los
Derechos Humanos, en la plaza Cagancha. Es un árbol poco frecuente en las veredas; sin
embargo, la avenida Sarmiento en el barrio Parque Rodó es un lugar señalado para
quienes quieran admirar el amarillo intenso de los ginkgos otoñales.

Texto: Eloísa Figueredo.
Ilustraciones: Javier Lage.
Fotos: Martín Atme
Escuela de Jardinería.
 

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